En mi casa no hay parque, sí jardín en el frente y patio en la parte trasera. El jardín es humilde pero lleno de sol; de día y de noche se hace dinámico con idas y venidas de perros y gatos del vecindario. En época estival se viste de capa verde y luce, orgulloso, el crataegus florecido, que hace las delicias de las alegres abejas.
En invierno anuncia el frío de cada mañana engalanándose con el rocío de la noche, congelado.
Más íntimo es el patio. Con muros que lo protegen de curiosos lindantes y donde se apoyan laxamente las hiedras y enredaderas, que el otoño con su cotidiana metamorfosis no deja de provocar asombro, transforma en colores rojizos y amarillentos sus frondas.
En tardes invernales se sume en penumbra, desolación, quietud. Las plantas muestran sus esqueletos y los pájaros se abisman a misteriosos paisajes.
El viejo ciruelo surge extraño reflejando en el muro su ramaje desnudo de follaje; antiguo morador de la casa, ha sido mudo testigo de horas felices, otras de ojos nublados. Sigue leyendo
Espacio
19 Viernes Dic 2014
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